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Ficción Literaria – En Un Fin De Semana… Capítulo 6: Invasión De Espacio

Para seguir el orden de esta historia…

Lea Intro
Lea Capítulo 1: El Comienzo
Lea Capítulo 2: Al Fin Tierra Firme
Lea Capítulo 3: Oscuridad Y Silencio
Lea Capítulo 4: Asimilando El Deshauce
Lea Capítulo 5: Confrontación

¿Chico pero tú eres loco? ¿Tú sabes todo lo que hay que atravesar para llegar allí? Eso está lejos con cojones.  – fue la queja que recibí de Gabo mientras conducía el carro.

Iba conduciendo con las luces largas encendidas y a una velocidad lo suficientemente rápida como para atropellar al primer atrevido que se pusiera gracioso, pero también lo bastante lento como para esquivar obstáculos no esperados como autos descompuestos y/o objetos misceláneos.  Las caras de los demás me observaban en silencio como si trataran de adivinar que había detrás de mi mirada perdida.  En realidad perdían su tiempo.  En mi cabeza pasaban tantas cosas simultáneas que era imposible distinguir entre ellas pero la mayor concentración era entre las diferencias que observaba adentro y afuera del carro.  Afuera, la negrura espesa no permitía ver absolutamente nada a una distancia mayor de diez pies de nuestros rostros.  Adentro, el sonido de la escarcha radial armonizaba los tosidos esporádicos de nerviosismo.  Afuera, el calor del verano no perdonaba ni siquiera en la noche a tan pocas millas de la costa.  Adentro, la realidad estaba siendo encajada a martillazos en la desesperación de nuestro intento por decidir que iríamos a hacer.

Yo sigo pensando que debemos dirigirnos allí.  Es un lugar lo suficientemente sólido y seguro como para al menos guarecernos mientras conseguimos explicaciones.  Pero creo que también tengo que estar de acuerdo con Gabo.

¡Gracias! – exclamó con acento sarcástico.

– Tenemos que asumir que la gran mayoría de la gente de la isla ahora es una de esas cosas y la carretera #3 está llena de residencias por ende tienen que haber huele mil demonios sueltos y ni hablemos del desparrame urbano en San Juan.  Ir de noche sería un suicidio.   – Me tomé una pausa para permitir que las cosas que hablaba entraran en sus cabezas y fueran procesadas. – Al menos hemos visto que el sol no les gusta aunque no sabemos si es a todos.  Hemos tenido algo de suerte en saber al menos eso.  Mi preocupación es esta noche.  Apenas ha oscurecido, lo que significa que falta toda la noche antes de volver a tener luz y no hay suficiente gasolina como para estar conduciendo todo este tiempo.  Entonces… ¿Qué hacemos?

Como me lo imaginé nadie habló.  Todos callaban.  Sus rostros me mostraban que el pánico nuevamente estaba al mando y no pensaban más que en la muerte.  En el fin.  Nuevamente asumí una posición de tomar decisiones ya que cuando trataba de incluirlos no colaboraban.  Así que de esa manera, si no ayudaban a la causa, tampoco podían rechazar mis sugerencias.  Entonces como si por acto de magia apareciera la vi.  Con la esquina del ojo, desde el lado izquierdo del auto pude ver como las luces largas del auto alumbraban parcialmente una silueta de lo que entendía era una casa justo al borde de la carretera a nuestra derecha.

Necesito que pares el carro ahora mismo Gabo.

¿Qué? Solo a ti se te ocurre una cabronada así.  ¿Cómo me voy a parar…

Para el maldito carro puñeta y deja de pensar que estamos de paseo.  Párate ahí justo al frente de esa casa y vírate un poco hacía la derecha, aun en la carretera pero tratando de alumbrar un poco más esa casa.  Ignacio, Sofía, ustedes velen por las ventanas de ese lado a ver si no viene nadie.  Gabo, Marissa, ustedes miren por la izquierda.  A la que vean algo moverse o medio raro, gritan y tu Gabo pisas ese acelerador.

Mientras cada cual se direccionaba a su lugar, yo buscaba en el pequeño bulto la linterna.  Una de esas porquerías color amarillo que se venden en las farmacias que no están demás tenerlas para los apagones que suceden de cuando en vez, pero con una bombilla de muy poca fuerza.  Ahora, en nuestra precaria situación ya que estaba todo tan oscuro, era mejor que nada.  Presionando un botón  en el medio del techo del auto, abrí el corredizo y salí a mitad de cuerpo con el arma en una mano y la linterna en otra.  Antes de alumbrar la casa, di una vuelta al perímetro desde la capota del carro para asegurarme que no había nada sospechoso.  Una vez completada la observación preliminar, me dirigí con la luz en mi mano hacia la casa.  Era una pequeña casa de madera, elevada en vigas de unos diez pies de alto y cuyo único contacto con el suelo además de estas era una escalera que parecía lo suficientemente raquítica como para desprender en su totalidad.  El techo parecía de zinc a dos aguas y las ventanas tipo Miami al menos en la parte de al frente.  La casa estaba sola entre un estrecho  largo hacia ambas direcciones.  Su estado elevado y su lejanía del bullicio de construcción de propiedades le daban a esta casa la puntuación más alta bajo las circunstancias de nuestra situación.  Me di la vuelta y regresé al carro para hablarle a los muchachos.

Gente tengo una idea.  Antes de que empiecen a opinar al respecto, óiganme y aguanten las quejas y los rebuznos hasta el final.  Tenemos medio tanque pero nos falta la noche entera para que salga el sol.  La realidad es que tenemos que parar en algún sitio y mientras más hacia San Juan nos acerquemos, más probabilidades de encontrar de esas cosas.  Creo que debemos pasar la noche en esa casa.  Dejar el carro listo con el corredizo del techo abierto y una vez dentro de la casa, tumbar la escalera esa raquítica de la casa.  Así nos aseguramos que nadie pueda subir por ellas.  Ya mañana nos inventamos algo para salir.  De nuevo, ya lo puedo ver en sus caras, si alguno de ustedes tiene una mejor sugerencia hable ahora o aguántense las ganas de hablar mierda.

Todos se miraban las caras con ánimos de no gustarle para nada la sugerencia pero lo suficientemente resignados a entender que era lo único que podíamos hacer por el momento.  Ignacio entonces se volteó hacia mí.

Necesitamos revisar la casa primero para asegurarnos que podemos pasar la noche ahí.  Vamos tú y yo.  Dame la pistola a mí y coge tu una de esas macanas improvisadas junto con la linterna.  Los demás estén listos para lo que sea.

Ten cuidado mi amor. – me dijo Marissa como si presintiera que algo malo estuviera esperando por nosotros en esa casa.

Lo tendré.  – y le solté un guiñe de ojo para darle algo de tranquilidad, dentro de lo que las circunstancias permitían.

Salió del carro Ignacio por la capota, deslizándose por el bonete haciendo la menor cantidad de ruido posible.  Yo estaba ya al frente esperándole.  La noche siempre tiene sonidos que compartir para llenar a uno de paranoias que terminan tornándose en pánicos colectivos cada vez que, con el rápido movimiento de la cabeza en dirección del ruido, nuestros ojos parecen querer salirse de su lugar.  Las pisadas eran lentas pero sólidas en el frío asfalto de la carretera.  Justo al frente de nosotros estaban los primeros escalones de madera para la pequeña casita.  La escalera daba para el terreno debajo de la casa y para alcanzarle desde un ángulo lateral teníamos que brincar la valla de protección que separaba la casa de la carretera.  Solo era unos tres pies de alto y bastante fácil de pasarle por encima.

Una vez en la escalera, como era de esperarse cada paso estiraba cada tablón de madera haciéndole crujir con el peso de nuestros cuerpos.  No importaba cuan despacio o cuan livianos pretendiéramos que nuestros movimientos fueran, el resultado fue un crujir tras crujir hasta que alcanzamos el pequeño portal.  Me sentía un poco aliviado que el brinco de la valla a la escalera nos colocaba a mitad de esta ya que el pastizal abajo de la casa era alto y bastante oscuro por no decir tenebroso.  La puerta de entrada estaba ya entre abierta y en total discordancia con las condiciones de los escalones, esta no hizo ningún ruido al empujarla hacia adentro. 

La primera impresión fue grata.  No había ningún olor fuera de lo normal que diera la impresión de que yaciera algún cadáver en el suelo o de pie esperando por nosotros para devorarnos.  Lentamente por el pasillo caminamos lo más juntos posible, cercanos a la pared que nos quedaba a la derecha.  El techo de zinc estaba a unos ocho o diez pies de altura sostenido por vigas de madera un poco finas.  La madera de las paredes cuando le alumbraba con la pequeña linterna mostraba pequeños agujeros que eran muestra de los ataques de la polilla.  Después de un par de pasos, a la izquierda el primer cuarto apareció, siendo este el espacio de la sala.  Solo había un viejo sofá de mimbre y unas mesitas maltratadas y unas cortinas  bien livianas y casi transparentes que se movían muy poco por la escasez de viento.  No nos percatamos de lugar alguno que se prestara para que alguien se escondiera.  Más adelante por el pasillo a la derecha estaba el baño.  Era pequeño y bastante mal decorado con caracoles por toda la pared, una cortina de baño que combinaba con los adornos y toallas abombadas en el suelo de aparentemente varios días.  En el área de la ducha había una ventanita en la parte superior de la pared que estaba abierta pero el baño estaba vacío también.  A la izquierda, una pequeña cocina.  Aquí si había un poco de mal olor.  Algunas cosas en el zafacón en proceso de descomposición y la nevera tenían un olor reconocible.  Como cuando se va la luz y la mayonesa empieza a apoderarse del espacio marcándolo como su reino maloliente.  Pero aparte de eso, estaba en orden.  Unos embases de maní cerrados y algunas bolsas de productos Frito Lay que me llamaron la atención. 

Solo quedaba un cuarto por revisar.  Justo al final del pasillo y la puerta estaba cerrada.  Un cuarto más y estaríamos listos para pasar la noche en ese hospedaje improvisado.  Ignacio quería entrar como Juan por su casa, pero yo siempre he sido mucho más cuidadoso.  Antes de acercarnos demasiado, volví a la cocina y busqué una escoba que había visto cerca de la nevera.  Parándome frente a la puerta cerrada pero a la distancia que permitía la escoba (que eran unos cuatro o cinco pies de distancia) traté de empujarle para que se abriera pero no daba resultado.  Tuve que acercarme muy despacio asegurándome que Ignacio estaba listo para disparar en caso de emergencia.  Cuatro balas.  Me lo repetía una y otra vez.  Eso es lo que nos quedaba.  Cuatro míseras balas. 

Volteé la cerradura lo más despacio que pude pero no importaba mi esfuerzo, el sonido del metal chocando en la perilla, seguido por el desliz de los goznes de la puerta mientras la empujaba, tenían los suficientes decibeles para ser escuchados desde el portal de la humilde casa.  Con linterna en mano empecé a iluminar cada esquina del cuarto.  Entonces vi algo que me subió el corazón al esófago.  Lentamente me volteé a Ignacio y le hice señas de levantar el arma y tenerla lista.  Sus ojos se abrieron como los de un búho azorado.  Lentamente dió sus pasos hasta llegar a mi lado asintiendo a ver lo que yo estaba viendo.  En la esquina izquierda del cuarto, que quedaba justo a mi izquierda una vez entraba, al otro lado de un matre que yacía en unos rieles sobre el suelo, había algo moviéndose.  Parecía ser la parte superior de una cabeza.  Se movía hacía adelante y hacía atras pero no subía para que pudieramos determinar claramente lo que era.  En estos momentos una batalla entre supervivencia y terror se argumentaba en silencio en mi cabeza para ver quién sería el líder en esta ocasión.  Fácilmente pudimos haber vuelto a cerrar la puerta, salir de la casa y montarnos en el carro, pero no estaba dispuesto a salir.  Este lugar tenía que ser nuestro, necesitábamos el descanso y si había una de esas cosas en el cuarto, parecía ser lo suficientemente pequeña como para manejarle a batazos.

Empezamos a caminar dentro del cuarto y nuestro plan era lo suficientemente ridículo como para funcionar.  Fuera lo que fuera que andaba en esa esquina del cuarto, parecía no haberse percatado de nuestra presencia.  Daríamos la vuelta al matre y al conteo de tres apuntaríamos con la linterna y daríamos un grito  para llamar su atención.  ¿Qué podría salir mal en una estrategia tan bien formulada?

uno, dos, tres. ¡AHAAAAA! – gritamos como dos idiotas mientras apuntábamos a la misma vez con la linterna y el revólver.

Lo que siguió luego de eso fue bastante lejos de lo que esperábamos como resultado.  Un chillido que parecía interminable emergía de la boca de una niña que no podía tener ni siquiera diez años.  Eran gritos de miedo, pero por mi madre que en un momento dado pensé que la niña era mitad delfín.  La alumbramos a la cara y nos percatamos de que no parecía ser una de esas cosas que nos andaban persiguiendo.  En adición a sus gritos podía escuchar un sonido metálico crujiente mientras pataleaba en su esquina y fue cuando me percaté que la niña estaba  amarrada con una cadena al riel que daba soporte al matre.

Shhh baja la voz niña por favor.  Nosotros no somos de esas cosas. – le decía con voz suave pero ella parecía estar en un estado mental bastante incomunicado.  Los gritos parecían ser su único mecanismo de defensa que su débil y frágil cuerpo mantenían.  Mientras trataba de calmarla y lograr que bajara el volumen de sus gritos empecé a pensar qué demonios hacía esa niña en ese lugar encadenada.  Seguí mirando por el cuarto y vi que había latas de comida y algunas botellas de agua vacías regadas en adición a un olor un poco desagradable del cual ahora me percataba más.  La esquina donde estaba la niña estaba llena de sus desperdicios y ella tenía un olor bastante fuerte emanando de ella.

Ignacio trataba con la parte de abajo de la pistola, de romper la esquina del riel de la cama para sacar la cadena de su sitio y poder sacar a la niña de ahí.  En esos momentos vimos a Gabo entrar por la puerta como demente tratando de entender que eran los gritos que se escuchaban allá fuera en el carro.  Al ver la niña lo primero que pudo decir el muy cabrón fue “mano y que peste más puñe tiene esa nena“.  Nunca fue una persona de mucho tacto con adultos ó con niños.

A todas estas la niña fue bajando el nivel de sus alaridos, no tanto por gusto sino porque parecía que perdía la voz.  Quizás no era la única vez que gritaba en estos recientes días y si no había hablado con nadie, fácilmente sus cuerdas vocales se pudieron lastimar por desuso.  No fue mí mejor momento tampoco, pero algo me decía que tenía que sacar a esa niña del cuarto y como ella no respondía, la arrastré un poco por el pasillo tirando de la cadena que tenía amarrada a una de sus piernitas.  La realidad es que tenía miedo de cargarla y que me fuera a morder ó de que tuviera alguna enfermedad por tantos días amarrada en esa esquina cagándose y meándose encima.  Realmente no me sentía el más superhéroe salvando su vida, pero de todas maneras la saqué de aquella apestosa esquina y la moví hasta la sala asegurándome de que no se  golpeara en el camino.  Sus gritos  ó intentos de, disminuyeron al verse en otro entorno.

Ignacio ponía al tanto a Gabo sobre lo ocurrido y entonces fue cuando me percaté de la mano de mi amigo Gabriel.

Gabo, ¿Por qué tú tienes las llaves del carro? – le pregunté con cierto sarcasmo.

Loco, porque yo salí a las millas a ver qué demonios les pasaba a ustedes.  Esos gritos se oían macabros allá afuera.  En verdad yo pensé que te estaban violando o algo así.

Tu realmente que los tienes grandes.  ¿En serio te vas a poner a chistear en estos momentos? Vete pal carajo. – fue lo único que me vino a la mente.  Le seguía viendo a los ojos mientras el tiraba media carcajada y entonces seguí con mi discurso improvisado. – Ese carro es lo único que nos va a mantener con vida y ahora mismo es una jodía piedra y con las nenas en el carro mano. 

Viste, pues disculpe usted señor líder de grupo por no pensar con la calma que piensa usted.  Yo vine acá porque pensé necesitaban ayuda y no precisamente en el departamento de cuido de niños.  La pregunta es, ¿Vamos a pasar la noche aquí o no?

Tomé un respiro profundo mientras cerraba los ojos y tiraba mi cabeza hacia atrás tratando de encontrar algún pensamiento coherente.  Sin mirarle al rostro le respondí.

No veo porque no.  Dale las llaves a Marissa para que empiecen a bajar los bultos.  Pasaremos la noche aquí en la sala porque podemos vigilar la guagua y la carretera desde esta ventana.  Yo voy a poner a la nena debajo de la ducha un ratito, porque no hay manera de que todos pasemos la noche aquí con los olores que tiene encima y luego de eso tratamos de tumbar la escalera.

¿Y tú crees que de verdad deberíamos ponernos en esas? – me dijo Ignacio mirándome con una cara seria.

¿Tú crees que es mejor dejarla así?

Viste, si la tumbamos, para empezar vamos a hacer un ruido hijo deputa y para acabar de joder estaríamos realmente atrapados aquí arriba.  Eso de brincar suena bonito en teoría pero también es un poco riesgoso.  Si nos mantenemos callados durante el resto de la noche, no creo que necesitemos tumbarla.

Tiene sentido lo que dices Igna.  Nada, dejamos eso así.  Yo voy a bañar a la niña esta y ustedes sigan con lo demás. – fueron mis palabras a él.

Mientras el plan maestro parecía estar funcionando y todas las fichas se movían en dirección a nuestro pequeño espacio invadido por la noche no podía evitar pensar, cuando iba a fallar nuestro plan.  Las cosas nunca salen como uno se las espera y siempre en grupos grandes, hay alguien que lo jode todo.  Me preocupa Gabriel.  Es el único que sabe que ha perdido a sus dos viejos.  Tiene que tener muchas cosas en la cabeza de manera más gráfica que nosotros y es tan terco y tan testarudo, tal y como su viejo siempre fue hasta el último momento que le vimos.  Son cosas que invadían mis pensamientos por momentos.

Estaba ya entrando al baño y metí a la muchacha en la ducha.  Sabía que el agua iba a estar helada pero no había otra alternativa.  Al voltear la pluma el agua comenzaba a bajar mientras yo me aseguraba de que ella no se saliera de la ducha.  Por supuesto como era de esperar, empezó a patalear y a tratar de gritar pero su voz ya no estaba tan potente como en nuestro primer encuentro.  Ignacio encontró una toalla media seca en el cuarto donde estaba la niña, del cual cerró la puerta para evitar que el olor se corriera por la casa.  No la desvestí ni nada por el estilo pero si me aseguré de limpiarle los bracitos y la cara.  En eso llegó Marissa y ella me ayudó a limpiarla más a detalle.  La niña al ver a otra mujer bajó un poco la guardia y se dejó bañar.

Luego del pequeño baño semi forzado a la niña y de salida a la sala, me percaté que la cadena todavía seguía amarrada a su pierna por el candado.  Tenía que medir unos cinco pies en total y con unos eslabones bastante gruesos que rodeaban su pequeña pantorrilla casi color púrpura por las hematomas que se le formaban al batallar con su cautividad.  La llevé a la sala y esperé que los demás subieran para empezar a organizarnos.

Ya con todos arriba, nos acoplamos en la sala.  Le pasé una botella de agua a la niña la cual devoró como yo solía devorar las botellas de coca cola.  Cada uno de nosotros tomó una esquina de la sala mientras uno se mantenía despierto vigilando en todo momento por la ventana que daba a la calle.  Nos turnamos cada tres horas para pretender que sabíamos lo que hacíamos.  Quisiera pensar que descansamos algo pero creo que fue un inútil intento de un ejercicio mental más que otra cosa.  Era mucho trauma en muy poco tiempo para realmente descansar con gusto.  En ocasiones, durante mi turno, podía darme la vuelta y ver a uno que otro dando la vuelta o con los ojos fijados en el techo de zinc o acariciándole el pelo de su pareja.  Y en la otra esquina la niña, quien todavía andaba con su mirada perdida al lado de la mesita con las rodillas dobladas y las manos entrelazadas en ellas. 

Luego de dos cambios de turno a las ya seis de la mañana me tocaba de nuevo vigilar.  La oscuridad de la noche empezaba a desvanecerse pero ningún gallo pretendía cantar y anunciar la llegada de su brillante comandante.  Lo que es peor, un sonido bastante conocido comenzaba a introducirse en el ambiente acompañado claro está de su colorido y fulminante amigo el relámpago.  El aire comenzaba a oler a lluvia mañanera y esas eran noticias no muy plácidas considerando los pocos hechos que conocíamos.  En mi cabeza formulaba el plan de escape una y otra vez.  Uno dos y tres, salimos, brincamos, nos montamos y arrancamos.  Fácil, sin complicaciones y rápido.

Media hora más tarde ya había más claridad que oscuridad y empecé a despertarlos a todos.

Vamos recogiendo.  Sofía si puedes, chequéate en la cocina cualquier cosa que nos podamos llevar.  Marissa, chequea en el baño si vez algo que sirva como jabones y hasta la misma cortina de baño.  Se me ocurre que nos encontramos a alguien en el camino podemos usarlo de camilla improvisada.  Los demás, a llevar las cosas al carro.  Alguien que me ayude con la nena.

Empezábamos a bajar las escaleras y prepararnos a dar el brinco de la valla cuando la lluvia apretó un poco más.  Podíamos ver que era de día pero la nube era bastante espesa.  Gabo dio el brinco primero y se sentó en el asiento del carro, luego las chicas brincaron y se montaron atrás.  Estábamos Ignacio y yo dando los primeros pasos escalera abajo cuando Gabriel encendió el auto.  El sonido del motor debió haber asustado a la niña porque comenzó a gritar nuevamente y salió corriendo casa adentro.  Los cantazos de la cadena en las escaleras y el arrastre por la casa eran bastante altos en combinación con el motor.

Sea la madre de la nena esa puñeta.  ¿Ignacio tu vas y la buscas en lo que yo termino de cargar las cosas? – le dije mientras seguía bajando y me direccionaba a brincar la valla.

Dale te veo en el carro. – me contestó.

Se metió a la casa tras la niña que no paraba de gritar.  Ya estaba yo frente a la puerta de la guagua cuando Ignacio apareció en el portal de la casa con la niña al hombro.  El trataba de calmarla de hablarle suavecito, pero ella estaba en un total estado de pánico nuevamente.  Sin lugar a duda iba a ser un largo viaje.

Comenzó a bajar los escalones y entonces se detuvo a mitad para dar el brinco.  Yo me dirigía hacia él para ayudarlo a cargarla en lo que pasaba al otro lado.  En el carro todos esperaban por Ignacio para emprender nuestro viaje rumbo a lo incierto.  Teníamos seguramente unos veinte pies de distancia desde donde estaba parado y la escalera.  Entonces todo se puso en cámara lenta.  A veces creo recordar como la cadena poco a poco se deslizaba entre los escalones como la de un ancla que busca suelo en altamar.  Lo próximo que recuerdo haber visto fue a Ignacio cayendo entre medió de los escalones que se rompían bajo sus pies y volaban en cantos mientras lanzaban pedazos de madera a su alrededor mientras se deslizaba al vacío.  La escalera se fue cayendo completa detrás de él.  Abajo, un grupo de decenas de esos zombies tiraban de la cadena con fuerza llevándose a mi amigo y la recién encontrada niña justo a sus garras.  Eran muchos.  No sabría cuantos en total pero más de una docena.  Pensaría que eran los mismos de Río Grande que nos persiguieron pero si toda la isla estaba repleta de estas cosas, podían ser otros.

Mis pulmones no encontraban el aire suficiente para gritar.  Mi boca se abría y fingía pronunciar letra alguna pero nada salía.  En el carro los gritos de Lily eran desgarradores.  Marissa y Sofía le sostenían mientras Gabo aparecía a mitad desde el corredizo del techo con sus manos en la cabeza repitiéndose un no, no, no.  Mi amigo desaparecía de mi vista en cuestión de segundos junto con la niña que pocas horas atrás habíamos rescatado.  ¿Y para qué?  ¿Para entregársela en bandeja de oro a las mismas monstruosidades de la que alguien se fajó para protegerla?

Me acerqué a la baranda pero no tuve las agallas para ver a mi amigo a los ojos.  Solo pude ver cómo le caían encima esos descabellados y putrefactos monstruos y como apagaban su voz que pedía ayuda mientras degustaban de lo que hacían e inundaban el aire con sus alaridos de ¡PIELLLLLLLLLLLLLLLLLL! Sonaban tan macabros.  Por un momento pude ver su mano tratando de separarlos de su cuerpo pero eran muchos.  Poco después la mano seguía moviéndose de lado a lado, pero sin estar adjunta a su cuerpo.  A la niña no la pude ver en todo eso.  Era muy pequeña y entre ese mar de cazadores de piel no podía distinguir nada.  El sonido que comenzaban a generar sonaba como el de cuando le sacaba uno el plástico adherido a los libros a final de año.  Ese desliz que provoca escalofríos desde el momento que se empieza a tirar de el hasta que se despega en su totalidad.  Estaban quitándole la piel a mi amigo.  Estaban arrancándole la maldita piel como si estuvieran haciéndose un abrigo de piel de cabra.

Estas son personas por el amor de todo lo sagrado.  ¿Cómo personas van a hacer eso en este maldito siglo veintiuno a otras personas? No me importa cuán enfermos estén.  No me importa si están muertos o no. Están matando a mi amigo y yo solo puedo observar y grabar esas imágenes en mi cabeza. “Dale te veo en el carro” me dijo.  No podía sentirme más culpable porque no había mayor culpa que sentir.  Yo lo maté.  Yo lo envié a su muerte  ¿Y para qué? ¿Para qué demonios? ¿Para salvar a esa niña malagradecida?

En ese momento perdí un poco la chaveta y tomé una roca que había al lado de la valla y la lancé, alcanzando la cabeza de uno de ellos.  Le añadí un grito incomprensible de coraje.  Tampoco uno de mis momentos más inteligentes.  Entonces me desencajé de mi ofusque personal y pude observar como la manada de zombies o lo que fueran esos bribones ó gran parte de ellos se volteaban de su faena e intentaba subir la colina hacía donde estábamos.  Sin pensarlo dos veces me di la media vuelta y corrí hacía el auto.  Gabo captó rápido el mensaje y se volvió a sentar en el asiento de conductor y puso el carro listo para acelerar.  Mientras abría la puerta volteé un poco la cabeza para ver como ya estaban arriba en la valla la tropa de atorrantes.  Ya en el asiento y sin haber cerrado todavía la puerta le repetía a Gabriel como un disco rayado “dale, dale, dale, dale…“.  Con el empujón de la aceleración la puerta terminó cerrándose.  Siendo de día era más fácil observar los obstáculos en la carretera mientras podíamos ir a mayor velocidad.  

Por tu maldita culpa.  Eres un cabrón.  ¿Por qué lo mandaste detrás de esa nena? Esto es tú culpa. Maldito. Te odio.  ¿Por qué no te mataste tú? Fue tu idea… – Me gritaba Lilly mientras tiraba de mi pelo desde el asiento de atrás.  Marissa y Sofía trataban de aguantarla pero yo no le peleaba.  Me sentía culpable.  Yo debí haber ido detrás de la niña y no el.  O quizás la debimos haber dejado allí si tanto quería estar en esa casa.  O quizás iba a pasar de una manera u otra, pero la culpa me hacía sentir los hombros bastante pesados.  Me sentía horrible e incapaz de mirar a ninguno de mis compañeros a los ojos.  Sentía como si les hubiese fallado.  Atrás Lilly lloraba y gritaba desconsolada la perdida de su pareja.  Al frente mi corazón se destruía por lo que segundos antes había acontecido.  Atrás, Sofía y Marissa aguantaban a su amiga mientras sus miradas trataban infructuósamente de buscarme sin mostrar señalamiento de culpa.  Al frente mis pantorrillas eran abrazadas por mis brazos temblorosos cercanos a mi quijada.  Atrás quedaba mi amigo quien sino había muerto a manos de los zombies, seguramente se convertiría en uno de ellos.  Al frente solo quedaban más dudas y más interrogantes.

Entonces Gabo me hizo una pregunta que complementó mi pesar y el dolor de haber perdido a mi amigo.

¿Tienes la pistola encima?

La pistola.  El único mecanismo de defensa que teníamos además de las macanas hechas de una mesa de caoba.  La pistola que la noche antes había entregado a Ignacio se había ido con el escalera abajo.  Nos enfrentábamos a un día nublado, sin armas, con medio tanque de gasolina, ante una isla repleta de muertos o moribundos o monstruosidades y todo esto como un grupo de personas totalmente desanimados, adoloridos pero sobretodo….desprotegidos.

 

Próximo capítulo: Desprotegidos

  1. Lhiannan Shee
    September 24, 2008 at 12:40 pm

    Oooooh Ignacio!!!

    Buaaaa (lloro desconsolada).

    Aun así, quiero más!!!

  2. Chileconcarne
    February 25, 2009 at 9:21 am

    Esto se esta poniendo bueno… Pense que yo era el unico con hambre de zomies!!!!

    Ya quiero seguir con: -DESPROTEGIDOS-

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