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Ficción Literaria – En Un Fin De Semana… Capítulo 1 – El Comienzo

November 8, 2007

Para seguir el orden de esta historia…

Lea Intro

 

 

 

La calle estaba oscura. La tenue luz de los postes eléctricos a lo largo de la calle parpadeaba a la velocidad de mis palpitaciones. El viento soplaba del noroeste levitando cualquier pedazo de basura con la fuerza suficiente para convertirlo en un débil proyectil. Estaba solo en el medio de la carretera y el frío de la noche erizaba todos mis poros. Al otro lado de la calle, a varias yardas de mí, una figura se proyectaba entre las sombras. Decía algo pero no alcanzaba escucharle. La voz era arrastrada por las corrientes de viento que nos atrabesaban. Muy despacio comencé a acercarme y sus murmullos comenzaban a darle sentido a lo que mis ojos no podían decifrar por la distancia. Entonces algo me detuvo. No podía mover los pies y mientras miraba hacía abajo y trataba de despegarlos, el viento aumentó su fuerza y sentía como me tambaleaba de lado a lado. Sin embargo mis pies continuaban anclados a la brea. Cuando levanté la cabeza, la figura estaba frente mío y en una voz ronca y bastante alta comenzó a gritar: “Se acabó. Hoy se acaba todo”. Yo no podía entender. Una inyección de adrenalina y miedo combinadas se apoderaban de mi cuerpo. Tenía a ese ser justo en frente mío y aun así no podía distinguir su borrosa forma y esta seguía repitiendo lo mismo una y otra vez.

Otten, puñeta que te levantes. Se acabó. Nos vamos para Puerto Rico. Mañana hay que trabajar.

Fue solo un sueño. La arena en mi pelo y el viento soplando contra la caseta de campaña me trajeron a la realidad. Había venido con mis amigos a pasar el fin de semana largo a una isla inhabitada en las Antillas Menores, cortesía del avión acuático de Ignacio y su recién adquirida licencia de piloto. A la verdad que en la lista de amigos siempre es bueno tener al heredero de una empresa global de importaciones. Imagino que su próxima licencia será la de piloto espacial.

Éramos tres parejas que decidimos alejarnos de todo por unos días y este wikén largo era el ideal. Sin radio, ni televisión, ni ningún tipo de noticias de la civilización. Solo nosotros, la naturaleza, mi tocador de mp3’s y mucha cerveza.

Mira, acaba y recoge la caseta huevón. Te dije que quiero salir de aquí antes de medio día.

Mientras Gabo, Ignacio y yo recogíamos las casetas, bolsas de dormir y la ropa, las chicas se dedicaron a darse el último chapuzón en el agua. Que hermosa era esa playa. Un agua tan clara que los peces nos podían ver a nosotros empacando. Nos tiraban guiñas y nos burbujeaban un “hasta la próxima”. Daba ganas de quedarse ahí para siempre. Y bueno, ganas no me faltaban, pero eso de comer solo cocos y hacer un boquete en la arena cada vez que me llamaba la naturaleza, despertaban al capitalista en mí en necesidad de una buena ducha.

Nosotros tres nos conocemos desde la universidad. Todos somos ex alumnos de la universidad del estado de Florida pero Gabo y yo nos conocemos desde la secundaria. Venimos de la época cuando los Seminales reinaban la ACC en los noventas y Bobby Bowden no necesitaba de auspicios con Burger King para darse a conocer. Siempre planeamos un viaje como este, desde los viajes de vacación de primavera, más nunca se había dado como deseábamos. Siempre se formaba algún peo que nos jodía los planes.

El día estaba tan hermoso. Las palmeras meciéndose al vaivén del viento haciendo harmonia con las olas que chocaban en la arena. Y tres hermosas chicas en los trajes de baños más pequeños que alguna vez yo haya visto en el medio de todo. Realmente vivir en el caribe es vivir en el paraiso.

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Cuando nos montamos en el avión era ya mediodia y el sol parecía un bombillo de cafetería usado para calentar empanadillas. Esa mañana decidí no ponerme bloqueador solar y en cuestión de minutos mientras empacaba, sentía como mi piel se tostaba como cuerito de lechón en navidades. Un “te lo dije” de parte de las chicas y un “por hacerte el más brabucón” de Ignacio hacían coro a los latigazos del sol que castigaban mi torso como sino hubiera mañana.
A mitad de vuelo y entre medio de chistes y relajos Ignacio comenzó a llamar a la torre de control del aereopuerto de Isla Grande, pero no recibía respuesta. Me di cuenta que algo andaba mal cuando su cara se volvió seria y dejo de reirse con nosotros que andabamos jugando una versión de “Pictionary” usando como pizarra la barriga de Lily, novia de Ignacio.
Me senté a su lado para tratar de ayudar y el resto del grupo comenzó a guardar silencio mientras veían que algo parecía andar mal. Ignacio cambiaba de frecuencia y utilizaba código que no recuerdo para dirigirse a los controladores de tráfico aéreo del pequeño aereopuerto de isla Grande. Entonces cambió y trató de comunicarse con la torre de control del aereopuerto internacional Luis Muñoz Marín. En ese momento fue cuando nos asustamos más aun. Una grabación se repetía una y otra vez. Todavía la recuerdo como si la hubiese escuchado ayer.
“La zona aérea de la isla de Puerto Rico y áreas limítrofes de este territorio americano estan temporeramente cerradas. Esta prohibido el volar por la encima de la zona terrestre y a cien metros a vuelta redonda. Esto es por orden marcial del Gobierno de los Estados Unidos. Manténagse alejado.”
Por supuesto que no creiamos lo que estabamos escuchando. Este tipo de cosas suele pasar en películas tontas de misterio, pero no en la vida real. Y si fuera a pasar no en nuestra isla. Somos americanos, la potencia mundial más importante, o eso nos programan día tras día. ¿Cómo va a pasar tal cosa en nuestro suelo? Eso pasa en paises sub desarrollados pero no en nuestro terruño.
La cara de asombro y preocupación fue cambiada por ansiedad una vez nos dimos cuenta que no teniamos suficiente combustible para ir nisiquiera a St. Thomas. Teniamos que tomar una decisión y era ya. El avión era acuático asi que podiamos aterrizar en el agua y a Gabo se le ocurrió que podiamos aterrizar cerca de la casa de playa de sus padres en Rio Grande, al noreste de la isla.

Nos miramos seriamente los seis por un momento y asentimos a bajar. No sabiamos que más hacer. Nadie contestaba la radio, no teniamos gasolina y ese mensaje del gobierno nos daba el mayor susto de todos. No sabiamos si estabamos tomando la decisión correcta, pero fue la que tomamos y tendriamos que enfrentar las consecuencias. Fueran las que fueran.

******

El avión comenzó su decenso pasadas las dos de la tarde. Los cinturones se abrocharon al unísono creando una cadena de “clic’s”. El pequeño avión anfibio era un módelo Beriev Be-103 con capacidad para cinco personas. Medía unos treinta y cuatro pies de largo y doce de alto y alcanzaba una velocidad máxima de ciento treinta nudos. Y toda esta maquinaria fue el regalo de un padre orgulloso a su hijo en su cumpleaños número treinta y dos.

Marisa, mi novia me sujetaba la mano sentada justo detrás de mí. Es sorprendente como una chica tan delgada puede apretar tan fuerte. A mi lado Ignacio se concentraba en buscar la bahía del área de Río Grande donde se encuentra el condominio de playa del papa de Gabo. Este estaba sentado detrás de Ignacio y miraba por la pequeña ventana a su izquierda para tratar de divisar el lugar. En el fondo las otras dos chicas, Lily y Sofía, la novia de Gabo, permanecían sentadas con cara de asoradas, tratando de entender que estaba sucediendo y sus caras reflejaban el vacío de información. La realidad es que estabamos todos iguales. Estaban un tanto apretadas porque eramos un grupo de una persona más del máximo y bueno, teniamos que acomodarnos como pudieramos. Además eramos todos delgados, aunque la pipa de cerveza de Gabo podriá desbalancearnos de su lado.

Mira ahí esta. Ahí esta el condominio. Alíneate con esa bahía. – Gritaba Gabo.

Ignacio seguiá serio y comenzó a voltear el avión en dirección a la bahia. La cabina se iluminó tenuemente con el bombillo rojo que anunciaba la escasez de gasolina. Suficiente todavía para aterrizar, pero definitivamente que no suficiente para volver a salir.

El mar estaba irregularmente tranquilo para ser una costa del Atlántico. Si habían unas cuantas olas pero eran bastante separadas entre sí y no más de dos pies de altura. El pequeño Beriev estaba ya a menos de cien pies de contacto con el agua.

Aguantensé! – gritó Ignacio justo antes de ese primer contacto con el mar. Para nada fue un aterrizaje de texto. Ese primer golpe, aunque no desprevenido, nos hizo mover como canicas en lata de aerosol. Sino hubiese sido por los cinturones habriamos volado por toda la cabina. Marisa se chocó con la cabeza con la parte posterior de mi silla pero aparte de un rasguño no se hizo mucho. Levemente el avión fue disminuyendo la velocidad mientras se acercaba a la costa. Uno que otro movimiento brusco nos sacudía mientras cada ola desaparecía bajo las aspas del avión.

Al fin el avión llegó a la arena con un último empuje del mar. Acto seguido Ignacio apagó los motores y nos indicó que nos quedaramos adentro hasta que las helices dejaran de moverse. Eso tardo unos cuantos segundos más. Me indicó que sacara la soga que estaba debajo de mi silla para amarrar las patas del avión a una gran palmera justo en frente de nosotros y utilizarla como ancla. La tarde seguía estando hermosa pero eso seguía siendo lo último que circulaba por mi mente. Ya pasamos el primer trago que era llegar a tierra. Ya anclamos, ya estamos todos fuera del avión con nuestros motetes en mano. Ahora es momento de encontrar el apartamento y reagruparnos y descifrar que demonios es lo que esta sucediendo.