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Ficción Literaria – En Un Fin De Semana… Capítulo 2 – Al Fin Tierra Firme

November 22, 2007

Para seguir el orden de esta historia…

Lea Intro
Lea Capítulo 1: El Comienzo

 

 

Nuestras pisadas quedaban impresas en la arena como firme recuerdo del pasado evento. Y asi como agujeraban el canvas polvoriento, el agua las borraba como si nuestra presencia fuera invisible o nuestro pasado inexistente. Como si cada paso que dieramos nos atracara en territorio completamente desconocido. Más sin embargo era ridículo el sentirnos así. Cuantas veces ya habíamos pasado en esta playa. Esta playa había visto tantos buenos momentos en grupo. En la esquina derecha, donde se encuentra ese bulto de piedras casi en forma de rompeolas, Gabo y yo fumamos nuestro primer cigarrillo a escondidas de nuestros padres. Cerca de donde anclamos el avión hace ya un par de años fue donde Marissa y yo acampamos en una noche de verano para pasar la noche de San Juan. Y ahora nos ve testigo de un aterrizaje de emergencia.

Nuestro primer instinto fue el de sacar los celulares y empezar a llamar a nuestros familiares, amistades, a quien fuera. Todos decían “no hay señal“. Y eso que entre nosotros habían a lo menos tres distintos tipos de compañías telefónicas y todas parecían estar bloqueadas. Totalmente inútiles. Tratamos hasta de llamarnos entre nosotros y nada. Total y completa incomunicación. Las chicas estaban tan asustadas y la realidad es que nosotros también, solo que al ser tres nos sentíamos un poco más seguros. No que fueramos los guapos del barrio ni nada por el estilo pero cuando un hombre esta en compañía de otros y con confianza se suele estar algo más tranquilo. Además de nada serviría que estuvieramos los seis gritando como locas.

Ok esa es la entrada al condominio, dijo gabo mientras lideraba el grupo en dirección al apartamento.

Al frente nuestro había un portón en tubos con pintura negra que imitaba una serpiente en cambio de piel. Medía al menos unos ocho pies de alto, tenía un candado y en la parte de arriba alambres de puas, de esos que van en forma de espiral, cual corona de un cristo mohoso.

Tienes la llave Gabo?, le pregunte mientras miraba como nos quedabamos parados frente al portón sin hacer nada.

No. Pero del otro lado se abre sin llave, contesto con una sonrisa sarcástica.

Lo que siguió fuen un coro de “ay, chico pero que carajos!” de parte de las chicas y dos miradas tajantes de parte mía y de Ignacio.

No se apuren. Uno no pasa aquí tantos fines de semana, escapándose a escondidas sin aprender un truco o dos.

Acto seguido empezó a escalar por la pared contigua de cemento, poniendo un pie en un hueco, moviendo los alambres con una mano y dando una vuelta tipo gimnasta y cayendo en los dos pies.

Puñeta!, grito cuando cayó al piso

¿Qué pasa? pregunto Lily

Nada, que estoy fuera de práctica. Me corté un poco con el alambre en el brazo. Ok, Ahora déjame abrir el portón desde adentro y ahi esta. Bienvenidos a “Ventana al Océano”.

Su intento por ser gracioso fue interrumpido por una terrible ventisca que se movía de sur a norte agitando todas las palmeras, levantando arena creando pequeños torbellinos que recogian papeles y hojas sueltas. Era un helicóptero. Era bastante grande para ser de algún canal de noticias. Acto seguido un sonido invasivo de alto nivel de decibeles, como si una lata de coca cola gigante explotara votando espuma, se apoderara del lugar. Eran dos misiles.

Agachense!, grite mientras los demás parecían quedarse inmóviles.

En menos de cinco segundos los mísiles habían llegado a su destino. El avión de Ignacio. Los pedazos comenzaron a volar y algunos proyectiles de metal y vidrio cayeron hasta donde estabamos, unos doscientos o trescientos pies del avión. El sonido fue tan alto y el calor de la explosión fue tal que sentí como mi piel se calentaba como termómetro en agua en proceso de hervir.

“Han entrado en territorio restringido. La isla de Puerto Rico esta en estado de cuarentena y la entrada esta terminantemente prohibida. Han violado la ley marcial impuesta. El primer aviso ha sido la destrucción de su avión. Algún intento de salir y no dudaremos en disparar. Estan avisados.”

Acto seguido el helicóptero pasó por encima nuestro, dió una vuelta por los alrededores y desapareció en la lejanía de los montes.

Si antes nos sentíamos asustados, este evento solo nos puso los nervios aun más de punta.

******

Estabamos perplejos. Por un par de minutos nadie habló. Todos nos mirabamos. A lo lejos escuchabamos el sonido de las llamas sobre las restantes piezas del avión. Las palmas aun se movían cortesía de la fuerza de las hélices del helicóptero.

Mierdaaa. Mi puto avión. ¿Qué carajos esta pasando aquí? ¿De cuando acá estamos viviendo en Irak? gritó Ignacio desesperado.

Calma Igna. Hay que tratar de entender lo que esta sucediendo. le decía tratando de mantener la cordura para los demás.

¿Entender que? ¿Estamos en Puerto Rico? ¿De cuando acá la milicia esta explotando aviones en la puta costa?

¡Que ostia!

¿Y a ti que te pasa Gabo?

Se me cayó la batería del celular. Se me tienen que haber caído en el camino. Es que me cago en la ostia. ¿Este día se puede poner peor?

Cállate la boca que vas a asustar a las nenas. Olvídate del puto celular. No has captado que no funciona el de ninguno? Y presten atención a lo que esta pasando a nuestro alrededor.

-¿Qué esta pasando Otten?

Nada. Absolutamente nada. No hay nadie, no hay carros, no hay niños jugando, no hay madres gritándole a los niños jugando. Silencio absoluto. Desde que llegamos, eso era lo que había. Solo el sonido del viento y las olas chocando en la orilla. ¿Eso no les esta más raro aun?

Las caras de las chicas indicaban que lo que estaba tratando de evitar, lo había forzado sin querer. Las había paniqueado. Pero eso no parecía haber cambiado de parecer a Gabo. Mientras le daba un beso en el cachete a su novia, abría el portón y salía fuera del área protegida del condominio. Estiró la puerta hasta lo máximo antes de empezar a caminar.

Yo vengo ahora. nos dijo.

Chico, olvídate de eso. Tenemos que quedarnos juntos. No sabemos lo que esta pasando.

El siguió caminando haciendo gestos con la mano como para que nos despreocuparamos. Acto seguido empezó a caminar cabiz bajo buscando entre el camino de yerba y arena, entre los pequeños mogotes que llevaban de vuelta a los escombros de la nave.

En el interín, Ignacio abrazaba a su novia y le peinaba su cabello mientras le susurraba al oido que todo estaría bien. Mi novia Marisa y Lily se abrasaban la una a la otra. Yo sentía la necesidad de prestar vigilancia. Sí, yo siempre he sido un paranóico pero esta situación se presta para eso y mucho más. Desde el portón abierto de ese pequeño pasillo al lado del edificio, que no podía medir más de unos cinco o seis pies de ancho y unos cuarenta pies de largo hasta la puerta de entrada del condominio, le miraba alejarse y no podía evitar pensar en todas esas películas donde justo cuando uno menos se lo espera, pasa algo malo.

El viento empezó a soplar del norte de donde estabamos y una cadena de nubes empezó a posarse sobre el radiante sol. Un murmullo comenzó a escucharse a lo lejos pero no se podía distinguir con el sonido de las olas. Quizás era algún animal o algo siendo arrastrado por la corriente aérea. Pero se mantenía y a lo lejos empecé a ver lo que parecía ser un grupo de personas, solo que no podía definir bien las figuras. Estaba mirando hacia mi izquierda, en la parte posterior del edificio, justo en la entrada del pasillo lateral y si miraba al frente podía ver a Gabo buscando su maldita bateria.

Mi primer intento era gritarles, pero no me decían paranóico para cometer semejante barbaridad. Así que me volteé y les hice señas a los demás de que no hicieran ruido. En seguida empecé a mirar mis alrededores. La verja era de cyclone fence y medía unos diez pies de altura y en la parte superior tenía los cilindros de puas. Era cuestión de cerrar la puerta y entrar al condominio. Lily tenía las llaves de la puerta pero por supuesto estabamos esperando por Gabo para entrar ya que era el apartamento de sus viejos. Una vez más volví a mirar a mi izquierda. La murga era de al menos unas veinte personas. Pero algo no estaba bien. ¿Por qué tenía que haber una murga de personas? Y aunque no parecían estar armados se dirigian como persiguiendo algo y entonces entendí. El estruendo del avión fue lo suficientemente ruidoso para llamar la atención de gente a varias cuadras a la redonda y luego el helicóptero y sus aspas creando caos alrededor de toda la comunidad de apartamentos, que son unos cuantos.

– ¡Eso es! las encontré. Se los dije que las iba a encontrar. Gritó Gabo desde unos cincuenta pies de distancia.

No tuve que mirar hacia mi izquierda. Yo sabía que ese grito había llamado la atención de esas personas. Salí del área protectora unos cinco o seis pies y tomé todo el aire que pude solo con una sola intención.

¡Corre cabrón. Corre!

******

Los gritos individuales de Gabo y el mío, llegaron al tumulto de gente casi a la vez y cual maratón del pavo de gente hambrienta en busca de su ave, salieron corriendo tras el origen de las voces nuestras. Gabo se congeló y no sabía que hacer. Requirió de un segundo grito de mi parte el que comenzara a direccionarse con agilidad hacia donde estábamos.

¡Mira imbécil, mueve los pies y corre!

La arena debilitaba sus pisadas haciendo su trayectoria parecer más larga de lo que realmente era. Para la murga era diferente ya que ellos venían del estacionamiento y sus decenas de pisadas simultáneas tocaban base en asfalto que se enfriaba tras la cortina de la nube.

Yo di unos pasos para atrás hasta la seguridad de la verja pero con la puerta aun abierta.

Vayan abriendo la puerta del condominio. ¡Avancen! les gritaba a los demás que parecían espectadores de una irreal pesadilla.

Todo parecía suceder en cámara lenta. Gabo contra la gente, que luchaban por llegar primero al mismo sitio. Uno para salvar su vida y los otros quizás para acabar con ella. Mientras más se acercaban más me percataba de que algo realmente andaba mal. Sus siluetas tomaban mayor contraste y era totalmente descabronante lo que estaba viendo. Parecían deformados, pero a la vez tenían capuchas puestas por encima y ropa bastante holgada, pero sus manos y rostro mostraban lo que parecían ser quemaduras abominables en los pocos momentos que su carrera me permitían verles. No podía distinguir si tenían piel o no pero me inclinaba porque no. Algo más de lo que me percaté era que parecía que con cada pisada un grito validaba su rabia pero eran alaridos de dolor. Como si cada paso les costara, más sin embargo no pudieran evitar hacerlo. No decían nada que pudiera interpretar pero sus bocas se movían y todos corrían de manera diferente que proyectaba dificultad para algunos. En todo este tiempo, que realmente fueron un par de segundos, me pude percatar que habían varios del grupo que se quedaban bastante atrás en comparación con los demás y apenas parecía que se movían. Los notaba un tanto frágiles.

Prepárate a cerrar el portón, párate detrás y empuja una vez me veas dentro. Me gritó Gabo con aparente dificultad. Sí, el fue competidor de pista y campo en la universidad, pero de eso ya van muchos y años y muchos cigarrillos.

Me posicioné entre la pared y la puerta del portón listo para empujarla y cerrar con toda mi fuerza y dejar que el golpe le pusiera el pestillo automático de seguridad. Di un último vistazo a los demás para asegurarme que habían logrado abrir la puerta y así mismo fue. Las chicas ya estaban esperando en el recibidor e Ignacio se mantenía en la puerta listo para cerrarla tan pronto le diéramos el visto bueno.

Lo que sucedió a continuación fue casi irreal. Parecían venir a una distancia casi perpendicular, desde sus distintos ángulos. Gabo, que andaba en sus mahones, me gritó que se iba a deslizar. A tan solo unos cinco pies de distancia se abalanzó con fuerza dejando caer el peso de su cuerpo hacia atrás mientras se movilizaba hacia adelante, cayendo sus pies primero al tocar el suelo, el cual estaba cubierto de arena pero por debajo había cemento, y luego chocando su cadera y espalda. En ese mismo momento en donde sus pies estaban adentro del espacio protector, una de esas personas venía abalanzándose sobre el y le cayó encima. Afortunadamente los reflejos de Gabo fueron en tiempo real y mientras la persona flotaba sobre el en espacio de microsegundos, este levantó las piernas y cual acto de circo empujó a la persona sobre el, no sin antes esta agarrarse de su brazo, arañándole levemente antes de dar un par de vueltas en la arena y caer a un par de pies de el. Así mismo Gabo se levantó y entró a la seguridad del pasillo. Una vez a mi lado empujé ese portón con la fuerza de un huracán haciendo sonar y moverse a el resto de la verja con el reflejo del golpe. En cuestión de un par de segundos estaba toda la murga de gente frente a nosotros. Todos peleándose por estar al frente y golpeando la verja de “cyclone fence” tratando de tumbarla.

Mis ojos no podían creer lo que estaba viendo. Sus manos no eran negras ni blancas, ni mulatas. Sus rostros no tenían bigotes, ni barbas ni sus caras estaban sonrojadas. Estaban todos de un color rosa tirando para rojo. Como el color de los músculos debajo de la piel, pero no parecía eso. Parecía como si la piel se les hubiese derretido encima. Muchos tenían ampollas en las manos y el rostro, algunos tenían golpes en la cara o en el cuerpo que deberían haber estado sangrando a chorros, pero no lo hacían. Era como si la sangre estuviera coagulada. En algunos de ellos podía ver cartílagos y huesos, material que por naturaleza debe estar cubierto.

Teniéndolos tan cerca aun sus alaridos no hacían mucho sentido. En su mayoría eran gritos incoherentes como el de un grupo de fanáticos viendo perder a su equipo favorito algún juego del mundial. Entre medio de estos se escuchaba algún “cóganlos” y “ahí ahí” y el grito que me pareció más tenebroso de todo. Lo que parecía ser una pequeña jovencita con su pequeña cara toda derretida. No tenía nariz, le faltaba un ojo y su pelo largo solo era a los lados ya que en la parte superior pareciera estar calva. Andaba con un muy sucio trajecito de esos que las niñas suelen llevar puestos cuando sus mamas las visten de domingo. Justo al frente nuestro, del otro lado de la verja gritaba “¡piel! ¡piel!”.

Como suele pasar en los días nublados, la nube que cubría ese gran bombillo luminario, se fue corriendo hacía la izquierda del panorama azul dejando salir a su prisionero temporero. La mayoría de ellos parecían enfocados en nosotros y solamente en nosotros. Una de las personas del grupo que se había quedado atrás y apenas ahora llegaba cerca de los demás pego un grito como si su vida dependiera de ello “¡SOOOOOOOOL!”. Y como si hubiese dicho alguna palabra mágica, todos salieron corriendo hacia la izquierda, por el estacionamiento de donde vinieron. No me atreví a salir del portón para fijarme hacía donde corrían ó hacia donde se dirigían. No pensé que fuera inteligente máxime por si fuera alguna trampa y estuvieran esperando que hicieramos eso mismo. Aparte que mi corazón todavía latía a doscientos tiempos por minuto y trataba de huir de mis entrañas por mi esófago. Necesité tragar bastante para devolverle a su lugar original. El sudor empapaba mi rostro y me sentía absolutamente sonrojado a nivel de que sentía mi piel hervir. Gabo se había dejado caer al suelo con los brazos hacia atrás sujetando su espalda en el aire. Respiraba profundamente como si el aire a su alrededor se fuera a acabar y su brazo comenzaba formar un leve riachuelo de sangre que terminaba como una gotera en su codo golpeando el cemento con menudencias de arena.

¿Puñeta van a entrar o se van a quedar allá afuera? ¡Muévanse mano pero ya! Nos decía un desesperado Ignacio que al igual que nosotros observó ese grupo de personas atacar la verja e intentó acabar con nosotros sino fuera porque el sol volvió a alumbrar.

Si mi matemática funciona, faltan tres horas para el atardecer, y si eso es indicio de que esa tropa de cabrones va a regresar, más vale que entremos y hagamos algo, pero para ayer.

Yo le di la mano a Gabo para ayudarlo a levantar. A manera acelerada caminamos hacia la puerta donde Ignacio nos recibió con unas palmadas en los hombros.

Ok. Vamos a cerrar aquí.

Y con un buen empuje cerró aquella puerta del lugar. Era una puerta bastante sólida, de unos siete pies de alto y a lo menos unas cinco pulgadas de anchura de sólido cedro. Tenía un par de pestillos que se podían poner desde la parte interior. Al cerrar el último de los pestillos, tomamos un respiro. Cada quien abrazó a su novia como si hubiesen vuelto de la muerte solo para verles.

Vamos subiendo, que el bicho mío se monta en el elevador y son cinco pisos que hay que subir en escaleras. dijo un energizado Gabo.

Todos nos miramos nuevamente y empezamos a seguirle en busca de las escaleras del lugar.

Aunque fuera por un momento nada más, estábamos ansiosos de sentarnos en un sofá, imaginarnos que nada de esto estaba pasando y entrar a un mundo civilizado aunque fuera solo un minuto. Aunque fuera mentira. ¿Y yo? Aunque sea la palabra equivocada en ese momento, yo me moría por una cerveza.